He pasado días enteros mirando tu foto colgada en la pared, acariciándola con lágrimas en los ojos de pensar que mi oportunidad está pasando lenta y dolorosamente, que la felicidad que veo a mi alrededor nunca la llegaré a vivir, que no sabré que es la felicidad, el roce de una piel con otra, el susurro en mi oído de te quieros, la sonrisa al despertar y que tu seas lo primero que vea...
Las mariposas de mi estómago empiezan a desaparecer, ya casi no siento el batir de sus alas. Están cansadas, llevan esperando a ser liberadas al edén mucho tiempo y sienten que ya no aguantarán mucho más.
Decepción tras decepción cada vez que a mi corazón le da por enamorase de lo imposible, de lo invisible, de lo que nunca ha sido ni será. Odio esta sensación que me aprisiona el pecho y no sé qué puede ser, solo sé el porqué de este dolor, de este sufrimiento: Tú y tu maldita obsesión con ignorarme.
Sabes lo que siento y aún así lo ignoras y haces como si no pasara nada, creo que ni siquiera existo para ti. Y eso causa dos sensaciones en mi que se contradicen: Comprensión y frustración. Eso se entremezcla con la tristeza de no tenerte, de no poder compartir una vida junto a ti, y con la felicidad de poder verte casi todos los días reír y ser consciente de tu hermosa sonrisa, aunque sea en la lejanía y yo no sea la causa.
Te amo y con eso me basta para seguir levantándome cada mañana y seguir luchando por una oportunidad de llegar, pasito a pasito, a ti y romper la barrera que nos separa y penetrar en ese caparazón que tienes como corazón, para hacerlo poquito a poquito mío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario